Durante las últimas décadas la producción y distribución de los contenidos culturales han sido exclusividad de editores y productores, debido principalmente a que la explotación de estos contenidos en soporte físico era cara y compleja.
Sin embargo el avance de las novedades tecnológicas ha descentralizado la explotación de estos contenidos y ahora no son las industrias culturales los únicos productores sino también otros sujetos que en numerosas ocasiones son proveedores y usuarios al mismo tiempo.
Así, mientras veo un video en YouTube, estoy subiendo uno mío y mientras leo un blog, escribo en el mío propio.
La digitalización de los contenidos culturales permite que cualquier sujeto puede crear imágenes, sonido o textos y comunicarlos globalmente a través de Internet, teléfonos móviles, tablets.
Sobre estas obras, sus autores disfrutarán de todos los derechos que le otorgan la legislación en propiedad intelectual, siendo los titulares únicos y exclusivos de sus creaciones. Sin embargo, no siempre el proveedor está explotando nuevas creaciones sino que comunica y distribuye contenidos cuyos derechos pertenecen a terceros, conociendo o no la identidad de los titulares.